Los hermanos de Despereaux intentaron educarle en cómo debe ser un ratón. Frano le llevó a dar una vuelta por el castillo para enseñarle el arte de escabullirse.
-Muévete de lado a lado -explicó Frano deslizándose sobre el suelo encerado del castillo-. Mira hacia atrás por encima del hombro todo el tiempo, primero a la derecha y luego a la izquierda. No te pares por nada.
Pero Despereaux no escuchaba a Frano, sino que contemplaba la luz que se derramaba a través de las vidrieras del castillo. Se paró- sobre las patas traseras, sostuvo el pañuelo sobre su corazón y miró más y más arriba a la luz brillante.
Frano -preguntó-, ¿qué es esa cosa? ¿Qué son todos esos colores? ¿Estamos en el cielo?
-¡Cáspita! -gritó Frano desde una esquina a lo lejos-. No te quedes en el centro de la estancia hablando del cielo. ¡Muévete! Eres un ratón, no un hombre. Tienes que escabullirte.
-¿Qué? -respondió Despereaux, que todavía miraba la luz.
Pero Frano se había ido.
Frano había desaparecido por un agujero de la moldura como un buen ratón.
Merlota, la hermana de Despereaux, lo llevó a la biblioteca del castillo donde la luz entraba por altos ventanales y se posaba en el suelo formando brillantes parches amarillos.
-Venga -dijo Merlota-, sígueme, hermanito, y aprenderás lo mas importante acerca de cómo roer papel.
Merlota trepó a una silla y de ahí saltó a un atril sobre el que descansaba un enorme libro abierto.
-Por aquí, hermanito -dijo metiéndose entre las páginas del libro.
Despereaux la siguió, a la silla, al atril y a las páginas.
-Fíjate bien -dijo Merlota-. Esta cola de aquí es muy sabrosa y los bordes del papel son crujientes y apetitosos.
Mordisqueó el borde de la hoja y luego miró a Despereaux.
-Inténtalo -dijo-. Primero mordisquea un poco de cola y luego toma un buen bocado de papel. Y esos garabatos de las hojas son riquísimos. Despereaux bajó la vista al libro y, de repente, ocurrió algo muy sorprendente: las. marcas de las páginas, los “garabatos" como Merlota los había llamado, cobraron forma. Las formas se dispusieron a su vez en palabras, y las palabras formaron una frase encantadora y maravillosa: había una vez.
-Había una vez -susurró Despereaux.
-¿Qué-? -dijo Merlota.
-Nada.
-Come -dijo Merlota.
-No puedo, de ninguna manera -respondió Despereaux separándose del libro.
-¿Por qué?
-Hum -respondió Despereaux-. Arruinaría la historia.
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