sábado, 7 de mayo de 2011

Clásicos infantiles: Arnold Lobel y Maurice Sendak

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Escrito por Ana Garralón el Viernes, 29 abril, 2005http://www.blogger.com/img/blank.gif

Arnold Lobel

Esta búsqueda de la propia infancia también caracteriza a otro autor del que quisiera hablar: Arnold Lobel. Lobel falleció en 1988 y, si conocen sus encantadores relatos de amistad entre dos sapos -Sapo y Sepo- cualquiera podría decir que es un autor que conoce muy bien el mundo de los niños. Pero no es así. Lobel conoce bien SU mundo, su infancia, y la revive con cada libro. Saltamontes va de viaje, Historias de ratones -recientemente rescatado después de estar años descatalogado-, Sopa de ratón, etc. son libros impregnados de ternura e ingenuidad, que conmueven incluso a los lectores adultos por ese mundo ingenuo y lleno de sabiduría en que se mueven los protagonistas. Es un mundo de conflictos pequeños -los ratones que desean escuchar cuentos antes de dormir, o esas conversaciones cargadas de filosofía que tienen Sapo y Sepo. Son cuentos que remiten a la tradición oral, que rescatan esa manera especial de contar que tan pocos escritores ofrecen. Y sin embargo, Lobel, en un texto que escribió cuando recibió un premio -el único, aparte de sus conversaciones y entrevistas- confiesa su temor a la infancia real. Lo explica de manera muy clara con una anécdota. Cuenta que, cuando pasea por el barrio, no siente ninguna conexión con esos niños medio salvajes que corren acera arriba y abajo con sus triciclos atropellándole. Es más, espera que nunca descubran que ese señor antipático y malhumorado es el autor de sus cuentos favoritos. ¿Por qué esta distancia y, a la vez, esta capacidad de acercarse a los más pequeños? Justamente porque Lobel dirige siempre su mirada hacia el niño que fue, hacia esos valores universales que representan no importa qué niño en qué país ni en qué siglo. Los temores, los deseos y las angustias son las mismas. Cuando terminamos de leer las historias que papá ratón les cuenta a sus ratoncitos, todos deseamos, de alguna manera, quedarnos dormidos como lo hacen ellos: con la placidez y la complicidad de un mundo donde, cada noche, lo único que importa, es soñar en un mundo ordenado y lleno de amor.

Maurice Sendak

Más tarde saltaremos al Viejo Continente porque ahora me gustaría cerrar como un ciclo de escritores singulares que casi pertenecen a una misma generación y han desarrollado su obra en el mismo país, Estados Unidos. El último autor de este ciclo americano es Maurice Sendak, un prototipo de artista que también describe momentos lejanos de la vida de los adultos en los que las experiencias personales están destinadas a ser universales. Supongo también que conocen sus libros, al menos el más importante -Donde viven los monstruos-. Y tengo que hacer un paréntesis para recalcar lo mal tratado que han sido los libros de este autor en nuestro país. Ediciones descatalogadas, desaparecidas e incluso, en el libro que cito, la editorial española se ha empeñado en meterlo en un aberrante formato, lejos del bellísimo original que alguna vez estuvo disponible en nuestro país, para recortar la emoción estética de los lectores.

Sendak no piensa que a los niños haya que protegerles de la vida

Sendak, que nació en Nueva York en 1928 -el mismo día que Mickey Mouse, al que admirará de por vida-, fue hijo de una familia de emigrantes judíos polacos. Como todos los niños, desarrolló pronto una gran afición por la pintura y, en sus primeras obras, usaba recortes de periódico que luego transformaba en pequeños libritos encuadernados por él mismo. Hasta aquí, nada especial, salvo que su infancia también estuvo habitada por los cuentos que su padre le contaba sobre las tradiciones judías. Como hijo de emigrante, su cultura se vio pronto enriquecida por textos provenientes de la vieja Europa, de una forma de contar y narrar que le acompaño durante toda su vida. Sendak no piensa que a los niños haya que protegerles de la vida, y así, los deja abiertos a sus contradicciones, explorando el mundo de los sueños y los deseos. Quien conozca el libro titulado El letrero mágico de Rosie, reconocerá inmediatamente ese mundo infantil donde el tedio se instala a veces de manera fulminante. Sendak sabe que los niños, a veces, se aburren y no saben cómo llenar sus horas muertas. Quien haya leído Dídola, Pídola pon, o la vida debe ofrecer algo más, apreciará enseguida la necesidad de escape y aventura que experimentamos en la infancia.

“El artista -dice Sendak en una entrevista- pone elementos de su obra que vienen de lo más profundo de sí mismo. Los toma de una vena peculiar de su infancia, siempre abierta y viva” (26) Es de esa vena abierta donde produce un libro como Algo ahí afuera en el que relata el pánico que sentía de niño a desaparecer, a ser raptado y no volver a ver a sus padres nunca más. Se refiere a la época en que era cuidado por su hermana Natalie y, en su recuerdo afloran hechos de manera inconsciente -el emparrado que no recuerda pero que Natalie le confirma que existía- y, sobre todo, ese mundo sentimental y absolutamente profundo de los temores y los deseos. Era la época en que desapareció secuestrado el bebé de los Lindbergh, y él relata de esta manera cómo fue vivido ese suceso trágico en las casas norteamericanas: “Cuando tenía más o menos cuatro años, ocurrió el terrible secuestro del bebé Lindbergh. Fue un evento muy traumatizante para los niños a comienzos de los años treinta. Todos pensamos que nos podían secuestrar a nosotros. Recuerdo que mi padre llegó a dormir en el suelo de nuestro cuarto con un bate. Luego, él estuvo muy desconcertado cuando un pariente cruel le dijo: “qué tonto eres ¿quién querría secuestrarlos a ellos?”. Nunca se le había ocurrido a él que nosotros no éramos suficientemente importantes como para ser secuestrados. Nunca se nos había ocurrido a nosotros tampoco; el hecho de ser secuestrado fue siempre una pesadilla recurrente en mi vida.” (27)

Esa pregunta que todos los niños se hacen alguna vez, estuvo muy presente en la vida y también en la obra del autor: ¿se irán papá y mamá y nunca volverán? ¿Moriré yo? “A nosotros no nos gusta que los niños se preocupen por las cosas, pero, por supuesto, ellos lo hacen, no tienen elección”.

Una de sus obras más emblemáticas fue Donde viven los monstruos, donde relata el viaje interior de un niño para dominar sus temores. Cuando fue publicado en 1962, muchos adultos se echaron las manos a la cabeza y criticaron que en un libro para niños aparecieran monstruos de manera tan explícita. De lo que en realidad se asustaron es que en un cuento para niños aparecieran claramente retratados sentimientos como la furia y el odio, presentes en todos los niños y escondidos hasta la fecha en los libros infantiles que preferían retratar una infancia más idílica y ejemplar. “Muchos padres y madres -dijo refiriéndose las críticas de los adultos y a la inmensa popularidad del libro entre los niños- no saben todavía o no quieren entender, que con la ayuda del libro y de los monstruos los niños empiezan a descargar esa rabia que tienen en contra de sus madres. Descargando la rabia en los monstruos empezarán a hacer frente a situaciones familiares, e irán encontrando caminos para lograr un mejor equilibrio interior. Si los niños no pueden mejorar muchas de las situaciones emocionales de su realidad diaria, sí lo pueden hacer en su imaginación”.

De Sendak, aunque habría que hablar más bien de su trabajo como ilustrador, y aquí le rendimos homenaje por el difícil arte de combinar texto con imagen, se podría decir que nunca abandonó sus fuentes infantiles: ni los relatos que escuchó de su padre, que le sirvieron para poder crear sus propias historias, ni su propia infancia, en esos sueños no olvidados. No es casual que Sendak haya ilustrado, por ejemplo, los cuentos de Grimm de una manera maravillosa inspirado en Durero pero añadiendo un barroquismo y contención explosivos en pequeñas viñetas, o los textos de Georges MacDonald -poblados de una simbología muy cercana a lo onírico-, ni que sepa conectar perfectamente con textos como los de Else Homelund Minarik (me refiero a la serie de Osito): porque tanto en su escritura como en su trabajo de ilustración se reflejan su gran talento y, también, el uso de este talento “como instrumento en la búsqueda de mí mismo”.

Sendak, a diferencia de Lobel, disfruta encontrando a los niños actuales, quienes le verán tal vez como un viejo ogro de barbas canas, pero que, según el autor, son la mejor audiencia: “Ellos hacen las mejores críticas, son más sinceros y tienen cualidades de críticos profesionales; por supuesto, cualquiera las tiene, pero cuando a los niños les gusta tu libro, se convierte en: Me encanta tu libro, gracias, quiero casarme contigo cuando sea mayor, o en: Mi querido Sr. Sendak, odio su libro, espero que se muera pronto. Cordialmente…”

26 El significado de la ilustración en los libros para niños. Entrevista con Maurice Sendak. Por Walter Lorraine. En: Parapara, 1. Junio 1980.
27 Citado en: Elena Iribarren. Un encuentro con Maurice Sendak. En: Caracas: Enlaces con la crítica. Nº 1. Oct-dic. 2000

* Las ilustraciones de esta página pertenecen a: Historias de ratones (Arnold Lobel, Kalandraka) y Donde viven los monstruos (Maurice Sendak, Alfaguara)

Historias de ratones

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Escrito por Pablo Cruz el Domingo, 1 mayo, 2005http://www.blogger.com/img/blank.gif

Arnold Lobel
Traducción de Xosé Manuel González
Kalandraka, 2000

Todo un clásico que sobrevive al paso del tiempo. Esa es, según muchos, la prueba del nueve. Y también sobrevive a una lectura adulta. He aquí otra prueba.

Un libro imprescindible, que en su día editó Alfaguara, y que ahora nos trae Kalandraka con la misma presentación. Por eso, los que crecimos aprendiéndonos de memoria estos cuentos de Lobel, no echamos de menos casi nada, si acaso el desgaste de las hojas, manoseadas una y mil veces por el paso de tantas lecturas.

Un papá ratón, generoso donde los haya, decide contarles un cuento para dormir a cada uno de sus pequeños ratoncitos. A partir de aquí, siete cuentos nos acompañan, unos geniales, otros tiernos, otros graciosos… Todos ellos con un texto conciso, sin adornos, pero agradable y evocador, y unas ilustraciones igual de sencillas y evocadoras. Cuentos inolvidables como “El baño” o “El viaje” (uno, en su infancia, también tenía sus preferencias) nos trasladan a un mundo de ratones de cara picuda y expresiva a los que les pasan las más insólitas aventuras.

Qué difícil es encontrar un libro que, treinta años después, sigue cautivando a los niños, y qué bien que haya editoriales que sigan haciendo posible que lo lean.