lunes, 19 de enero de 2009

DESPEREAUX

http://www.elvalientedespereaux.es/


Despereaux : Es La Historia De Un Ratón, Una Princesa, Una Cucharada De Sopa Y Un Carrete De Hilo
DiCamillo, Kate (Noguer Ediciones, S.A.)
Precio:14,96 € ($19,65)
258 páginas.
Idioma: Español
ISBN: 8427950047. ISBN-13: 9788427950047
- 1ª ed. (11/2004).

sábado, 10 de enero de 2009

ESCUCHAR

http://es.youtube.com/watch?v=KB64AUDntVI

POPULARES

Yo sembré trigo en un cerro

creyendo que era en un llano,

y he venido a recoger alpiste

para el canario.

Olé, y olé, y olé resalada,

alpiste para el canario.


Canción DE CÁCERES




En la huerta de Murcia por un chaviquio,

por un chavíquio,

me llenan la cesta de pimientiquios,

me llenan la cestiquia de pimientiquios.

Y esto es tan cierto

como perder un ojo

y quedarse tuerto,

como perder un ojo

y quedarse tuerto.

En la huerta de Murcia como hay moreras

como hay moreras

trabajan los gusanos que dan la seda,

trabajan los gusanos que dan la seda.

¡Vaya una cosa!

que ayer eran gusanos

y hoy mariposas

que ayer eran gusanos

y hoy mariposas.





CANCIóN POPULAR DE MURCIA

Los dibujos de Pinocho


LA TELEVISION

Si piensas llegar a alguna parte en la vida, tienes que leer muchos libros.” (Roald Dahl)

LA TELEVISION

Hemos aprendido algo primordial,

algo que a los niños les hace mucho mal,

y eso es que en el mundo no hay nada peor

que sentarles frente a un televisor.

De hecho, sería muy recomendable

suprimir del todo ese trasto abominable.

En todas las casas que hemos visitado

así a los pequeños hemos encontrado:

absortos, dormidos, casi idiotizados,

mirando la tele como hipnotizados,

con los ojos fijos en esa pantalla

hasta que sus órbitas parece que estallan.

(Ayer vimos algo que aterra y asombra:

seis pares de ojos rodar por la alfombra).

Sentados mirando, mirando sentados,

parecen de veras estar hechizados.

Borrachos de imágenes, ahítos de ruido,

ciegos y atontados y reblandecidos.

Oh, sí, ya sabemos que les entretiene

y que por lo menos quietos les mantiene.

No gritan, no lloran, no brincan, no juegan,

no saltan ni corren, tampoco se pegan.

A usted eso le da mucha tranquilidad,

es libre de hacer muchas cosas, ¿verdad?

Mas yo le pregunto: ¿ha pensado un momento

para qué le sirve a su hijo este invento? ¡

LE PUDRE TODAS LAS IDEAS!

¡MATA SU IMAGINACIÓN!

¡HACE QUE EN NADA, NADA CREA!

¡DESTRUYE TODA SU ILUSIÓN

U POBRE MENTE SE TRANSFORMA

EN UN INÚTIL REFLECTOR,

CON VER FIGURAS SE CONFORMA,

¡NO SUEÑA, NI EVOCA, NI PIENSA, SEÑOR!

"¡Muy bien!", dirá usted, "¡Muy bien!", gritará,

mas si nos llevamos el televisor, ¿qué haremos en cambio, -qué se les dará para mantenerlos en orden, señor A esa pregunta yo responderé con otra, que es ésta: los niños, ¿qué hacían para divertirse, cómo entretenían sus horas de ocio, qué los mantenía tranquilos, contentos, quietos y callados, felices, absortos y atentos antes de que este diabólico invento se hubiese inventado? ¿No lo recuerda? Se lo diremos en voz muy alta, lo gritaremos para que acierte a comprender:

SOLÍAN LEER, LEER, LEER!

Roald Dahl (13 de septiembre de 191623 de noviembre de 1990) fue un novelista y autor de cuentos británico de ascendencia noruega, famoso como escritor para niños y adultos. Entre sus libros más populares están Charlie y la fábrica de chocolate, James y el melocotón gigante, Matilda, Las brujas y Relatos de lo inesperado.

martes, 6 de enero de 2009

Las aventuras de Pinocho. Capítulos IX y X Carlo Collodi

Traducción y notas de Guillermo Piro
(Para bajar el texto en un archivo PDF, mejor para imprimir, click aquí.)
IX
Pinocho vende el Abecedario
para ir a ver el teatro de títeres.
Apenas dejó de nevar, Pinocho, con su lindo Abecedario nuevo bajo el brazo, tomó el camino que llevaba a la escuela, y, mientras caminaba, iba fantaseando en su cabeza mil razones y mil castillos en el aire, uno más bello que otro.

Ilustrador desconocido (1916)
Y discurriendo para sí, decía:
-Hoy, en la escuela, lo que primero quiero hacer es aprender a leer; mañana aprenderé a escribir y pasado mañana aprenderé los números. Después, con mi habilidad, ganaré mucho dinero, y con el primer dinero que me embolse le haré hacer a mi padre una bonita casaca de paño. ¿Qué digo de paño? Se la haré hacer toda de oro y plata, y con los botones de brillantes. Ese pobre hombre se la merece de verdad. Porque, en fin, para comprarme los libros y hacerme educar ha quedado en mangas de camisa… ¡y con este frío! ¡Sólo los padres son capaces de ciertos sacrificios!…
Mientras todo conmovido hablaba de esta manera, le pareció oír en la lejanía una música de flautas y golpes de bombo: pi-pi-pi, pi-pi-pi, bum, bum, bum, bum.
Se detuvo a escuchar. Aquellos sonidos venían del fondo de una larguísima calle transversal que llevaba a un pequeño pueblito levantado a orillas del mar.
-¿Qué música es ésa? Lástima que tenga que ir a la escuela, si no…
Y se quedó allí, perplejo. De todos modos, había que tomar una resolución: o a la escuela, o a oír las flautas.
-Hoy iré a oír las flautas, y mañana iré a la escuela; para ir a la escuela siempre hay tiempo -dijo finalmente aquel pícaro encogiéndose de hombros.
Dicho y hecho. Tomó la calle transversal y comenzó a correr tan rápido como podía. Más corría, más claro oía el sonido de las flautas y los golpes de bombo: pi-pi-pi, pi-pi-pi, pi-pi-pi… bum, bum, bum, bum.
He aquí que se encontró en medio de una plaza toda llena de gente, la cual se agolpaba alrededor de un gran barracón de madera y telas pintadas de mil colores.
-¿Qué es ese barracón? -preguntó Pinocho, dirigiéndose a un niño del pueblo que estaba allí.
-Lee lo que está escrito en ese cartel y lo sabrás.
-De buena gana lo leería, pero, por ahora, no sé leer.
-¡Qué burro! Entonces te lo leeré yo. Has de saber que en ese cartel, escrito con letras rojas como el fuego, dice: GRAN TEATRO DE TÍTERES…
-¿Hace mucho que comenzó la comedia?
-Comienza ahora.
-¿Y cuánto cuesta la entrada?
-Cuatro monedas.
Pinocho, que tenía la fiebre de la curiosidad, perdió todo recato, y, sin avergonzarse, dio al niño con el que hablaba:
-¿Me prestarías cuatro monedas hasta mañana?
-Te las daría de buena gana -le respondió el otro, burlándose-, pero justamente hoy no te las puedo dar.
-Te vendo mi chaqueta por cuatro monedas -le dijo entonces el muñeco.
-¿Para qué puede servirme una chaqueta de papel floreado? Si llegara a llover, no habría modo de sacármela de encima.
-¿Quieres comprarme los zapatos?
-Son buenos para encender el fuego.
-¿Cuánto me das por el gorro?
-¡Bonita compra! ¡Un gorro de miga de pan! ¡Sólo faltaría que los ratones vinieran a comérselo en mi cabeza!
Pinocho no sabía qué hacer. Estaba a punto de hacer una última oferta, pero le faltaba coraje; dudaba, vacilaba, sufría.
Al fin dijo:
-¿Quieres darme cuatro monedas por este Abecedario nuevo?
-Yo soy un niño, y no les compro nada a otros niños -le respondió su pequeño interlocutor, que tenía mucho más juicio que él.
-Por cuatro monedas el Abecedario te lo compro yo -gritó un revendedor de ropa usada que había oído la conversación.

Ilustración de Carlo Chiostri (1901)
Y el libro fue vendido de inmediato. ¡Y pensar que aquel pobre hombre, Geppetto, se había quedado en casa, temblando de frío, en mangas de camisa, para comprarle el Abecedario a su hijo!
X
Los títeres reconocen a su hermano Pinocho
y le tributan un grandísimo recibimiento;
pero en lo mejor aparece el titiritero Comefuego
y Pinocho corre peligro de acabar mal.
Cuando Pinocho entró en el teatro de marionetas, tuvo lugar algo que casi provoca una revolución.
Hay que saber que el telón estaba levantado y que la comedia ya había comenzado.
En la escena se veía a Arlequín y Polichinela que discutían entre sí y, como de costumbre, se amenazaban con intercambiarse de un momento a otro un montón de bofetadas y garrotazos.
El público, muy atento, se moría de risa al oír las disputas de aquellos dos títeres, que gesticulaban y se insultaban con tanta naturalidad como si fuesen dos animales racionales o dos personas de este mundo.

Ilustración de Carlo Chiostri (1901)
Cuando al improviso Arlequín deja de actuar y, volviéndose al público y señalando con el dedo a alguien que se encontraba al final de la platea, comienza a gritar en tono dramático:
-¡Dioses del firmamento! ¿Sueño o estoy despierto? ¡Y sin embargo diría que ése que está allí es Pinocho!…
-¡Claro que es Pinocho! -grita Polichinela.
-¡Es él! -chilla la señora Rosaura desde el fondo del escenario.
-¡Es Pinocho! ¡Es Pinocho! -gritan a coro todos los títeres, saliendo a saltos desde bastidores-. ¡Es Pinocho! ¡Es nuestro hermano Pinocho! ¡Viva Pinocho!…
-¡Pinocho, ven conmigo! -grita Arlequín-. ¡Ven a arrojarte a los brazos de tus hermanos de madera!
Ante tan afectuosa invitación Pinocho da un salto y desde el fondo de la platea pasa a las primeras filas de butacas; después da otro salto y de las primeras filas de butacas se sube a la cabeza del director de orquesta, y de allí trepa al escenario.
Es imposible figurarse los abrazos, las caricias, las señales de amistad y los cabezazos de verdadera y sincera fraternidad que Pinocho recibió en medio de tanto alboroto por parte de los actores y las actrices de aquella compañía dramático-vegetal. (1)

Ilustración de Maria L. Kirk (1916)
No hace falta decir que este espectáculo era conmovedor, pero el público, viendo que la comedia no continuaba, se impacientó y comenzó a gritar:
-¡Queremos la comedia, queremos la comedia!
Todo aliento perdido, porque las marionetas, en vez de continuar cada cual con su papel redoblaron el ruido y los gritos y cargando a Pinocho en hombros lo llevaron en triunfo ante las luces de las candilejas.
Entonces salió el titiritero, un hombre tan feo que daba miedo de sólo mirarlo. Tenía una barba negra como una mancha de tinta, y tan larga que le llegaba al suelo; basta decir que, cuando caminaba, se la pisaba con los pies. Su boca era grande como un horno, sus ojos parecían dos linternas de vidrio rojo, con la luz encendida dentro, y con las manos hacía restallar una gruesa fusta hecha de serpientes y de colas de zorro entrelazadas.

Ilustración de Attilio Mussino (1911)
Ante la aparición inesperada del titiritero, todos enmudecieron. Se habría oído volar una mosca. Aquellas pobres marionetas, varones y mujeres, temblaban como hojas.
-¿Por qué has venido a sembrar semejante barullo en mi teatro? -preguntó el titiritero a Pinocho, con un vozarrón de ogro, como si tuviera un terrible catarro.
-¡Créame, ilustrísimo señor, que la culpa no fue mía!
-¡Basta! Esta noche arreglaremos cuentas.

Ilustración de Attilio Mussino (1911)
En efecto, acabada la representación de la comedia, el titiritero fue a la cocina, donde se había hecho preparar para la cena un buen cordero, que giraba lentamente ensartado en el asador. Y como le faltaba leña para terminar de asarlo y de dorarlo, llamó a Arlequín y a Polichinela y les dijo:
-Tráiganme a ese muñeco que encontrarán colgando de un clavo. Me parece un muñeco hecho de leña muy seca y estoy seguro de que, si lo tiro al fuego, producirá un estupendo fuego para el asado.

Ilustración de Attilio Mussino (1911)
Arlequín y Polichinela al principio vacilaron; pero atemorizados por la mirada de su amo, obedecieron. Y poco después volvieron a la cocina, trayendo entre los brazos al pobre Pinocho, el cual, sacudiéndose como una anguila fuera del agua chillaba desesperadamente:
-¡Padre mío! ¡No quiero morir!…



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Nota del traductor:
(1) drammatico-vegetale: adjetivo compuesto, acuñado por Collodi, para designar a las marionetas de madera.
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Artículos relacionados:
Ficciones: Las aventuras de Pinocho en Imaginaria; traducción y notas de Guillermo Piro:
• Introducción de Marcela Carranza. Capítulos I y II
• Capítulos III y IV
• Capítulos V y VI
• Capítulos VII y VIIII
Lecturas: “Qué cómico resultaba cuando era un muñeco”, por Guillermo Piro
Lecturas: Tres clásicos entre la obediencia y la desobediencia (Primera parte), por Marcela Carranza (contiene el artículo “Las aventuras de Pinocho y la sátira”)

Ficciones: Tres clásicos entre la obediencia y la desobediencia (Segunda parte); se incluye el capítulo XVII deLas aventuras de Pinocho (1881), con comentarios de Marcela Carranza

Lecturas: Pinocho, el leño que habla, por Graciela Pacheco de Balbastro



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